Un puño cerrado deja los nudillos marcados y hemos de denunciarlo también.
No debemos aceptar la violencia de ningún modo.
Las heridas del alma, en cambio, no se pueden ver, sus cicatrices son profundas como raíces en el suelo.
Silenciosas lloran en el fondo del corazón, independientemente del tiempo que pase.
Olga Maria Sain
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